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 (2009) Sobre las exposiciónes Colección Ganitsky Guberek 1960-1990 en el Museo de Arte del Banco de la República y Sala de juntas: artistas colombianos en la colección Bancafé en el Museo Nacional de Colombia.

La exposición Colección Ganitsky Guberek 1960-1990, tres décadas de arte moderno, antología se llevó a cabo en el Museo de Arte del Banco de la República entre el 10 de diciembre de 2008 y el 27 de abril de 2009. La exposición Sala de juntas, artistas colombianos en la colección Bancafé se llevó a cabo en el Museo Nacional de Colombia entre el 19 de marzo y el 19 de abril de este año. En ambas muestras, dos colecciones privadas de arte colombiano fueron lucidas al público. Por una parte, una selección de 57 obras de la colección conformada por la pareja de empresarios Lía Guberek y Moisés Ganitsky entre las décadas de 1960 y 1990. Por otra parte, un conjunto de 55 obras pertenecientes a la colección del Banco Cafetero — formada a partir 1974—, que recientemente pasaron a ser parte del acervo del Museo Nacional de Colombia. Ambas responden al axiomático e ineludible compromiso por adular los esfuerzos de quienes, bajo unas u otras políticas y condiciones, juntaron y conservaron nuestro preciado patrimonio cultural. Al respecto, los más perspicaces podrían proponer interesantes debates sobre la cizaña, la demagogia, la ambición, el clientelismo, y demás sombríos fines que suele advertir la crítica institucional actual.

Por mi parte, presumo que los equipos de producción de las dos exposiciones trabajaron con las mejores intenciones, ceñidos al habitual bajo presupuesto y a cuanta burocracia inevitable. No en tanto, me sorprenden los criterios bajo los cuales parecieron haberse concebido las dos muestras. Parto desde lo que era posible observar, expresado en sus respectivos montajes que, aunque opuestos, encuentro igual de ortodoxos y poco propositivos.

No es la primera vez que se exhibe una selección de las obras de la colección Ganitsky Guberek en las salas de la Biblioteca Luis Ángel Arango – Banco de la República. En 2002 se llevó a cabo la exposición La mirada del coleccionista, colección Ganitsky Guberek, un homenaje a Marta Traba. Esta primera versión pretendía revisar los postulados planteados por Marta Traba respecto a un grupo de artistas nacionales e internacionales incluidos en la colección de quien fue una amiga cercana. La antología realizada a comienzos de este año abarca cerca de un siglo de producción artística en Colombia y otros países; recorre desde el óleo Paisaje de Andrés de Santamaría fechado en 1893 hasta  las flores plásticas de Maria Fernanda Cardoso de 1990. Las pinturas, grabados y esculturas que hacían parte del conjunto, estaba agrupadas según ejes temáticos titulados: “Los que fueron”, “Los transgresores” , “Los contradictores”, “Más allá de las vanguardias”  y “Los que son”. Tal categorización de enciclopedia parecería plantear un esquema historicista progresivo en el que cada generación, definida por la cercana fecha de nacimiento de sus integrantes, cuestiona y opone radicalmente los logros y conquistas de la generación precedente. Esto es cuestionable si se realiza un estudio profundo de las transiciones graduales que tienen lugar entre estas supuestas generaciones. Además, los textos de apoyo explicaban cada conjunto mediante generalizaciones que pretendían abarcar variadas y disímiles propuestas.  Esto reduce a vagos conceptos la rica oferta de obras disponibles con inmenso potencial de ser estudiadas individualmente, a la vez de poder ser puestas en mutua conversación según la información que éstas brindan (rescato en este sentido la contraposición de obras de los dibujantes y grabadores de escenas urbanas Saturnino Ramírez, Óscar Muñoz y María de la Paz Jaramillo). Así mismo, considero que el montaje conservaba una secuencia lineal, pareja y monótona de la mayoría de trabajos que iban sobre la pared, por excepción del acertado montaje a baja altura del cuadro de Santiago Cárdenas. Por supuesto, no faltaba la pared de fondo cuidadosamente iluminada para los cuadros de Alejandro Obregón y Fernando Botero, ahí solitos. Como suele pasar con recuentos expositivos y editoriales del arte colombiano, se limitan en últimas al heroico reconocimiento de nombres que se ven muy importantes en las fichas técnicas e índices.

La exposición Sala de juntas prometía una perspectiva menos tradicional para la exhibición de una colección de obras de arte colombiano fechadas entre 1900 y 1989. El título elegido y la propuesta gráfica que aludía al ámbito corporativo al cual las obras expuestas permanecían, causaban cierta expectativa sobre esta importante reunión de obras inéditas que el público conocería.  Claro, no faltaba el cuadro de Fernando Botero —uno de los mejores— para propiciar la curiosidad a través de las invitaciones, anuncios y pendones. Dentro de la sala de exposiciones temporales donde tuvo lugar la muestra, la estrategia corporativa permaneció rotundamente evidente y, a mi juicio, excesiva. Fue recreada toda una planta de alguna empresa mediante divisiones sobre el suelo que, con una cuestionable elección tipográfica, indicaban las áreas específicas, entre ellas: recepción, inventarios, operaciones, crédito y cartera, entre otros. En  mercadeo y publicidad se podía ver por primera vez en muchísimos años una pintura de la artista Sonia Gutiérrez; en presidencia colgaban obras de una particular selección de artistas dignos de este espacio: Andrés Santamaría, Bernardo Salcedo y, por supuesto, Alejandro Obregón y Fernando Botero.  Las obras fueron dispuestas sobre las paredes y panelería de la sala, de tal manera que seguían siendo mera decoración de oficina. Si el objetivo de la exposición era presentar obras que, de hecho, fueron decoración de oficina, como si permanecieran siendo decoración de oficina, el objetivo fue claro y acertado. Comprendo si este recurso respondía a una intención didáctica y generosa con el público que frecuenta el museo. Sin embargo, sostengo que un conjunto de obras de la calidad y valor que conformaban esta selección, puede resistir relaciones e interpretaciones que comprometan su contenido formal y simbólico, que es lo que éstas conservan para ofrecer al público.

Sin requerir descomunales montajes, es posible aportar nuevas formas de aproximación  a la historia del arte colombiano que trascienda la mitificación de nombres y, como ocurre en el caso de Sala de juntas, trascienda la idea de que el arte sirve para decorar oficinas. Exhibir colecciones del talante, variedad y riqueza de las mencionadas, es una oportunidad para observar cada obra y encontrar ejes transversales y coincidencias formales y temáticas, que cuestionen y perturben los acartonados y recurrentes discursos típicos de una historia escrita hace unos treinta años atrás. Sé que instituciones como el Museo de Arte del Banco de la República y el Museo Nacional de Colombia tienen equipos de investigadores y profesionales que pueden difundir el patrimonio, no en cuanto cosas viejas que se guardan y son caras, sino cosas con sentido, que expresan apuestas por comprender e interpretar el mundo desde diversas formas de reflexión.

En el espacio central de la sala de exposiciones del Museo Nacional donde conformaron la supuesta sala de juntas de la supuesta empresa, tuvo lugar un taller de curaduría como actividad paralela a la muestra Sala de juntas. Los resultados de este taller demostraron que era posible entablar relaciones entre el conjunto aparentemente heterogéneo y disperso. Basados en una previa explicación de lo que es este término, se planteó a sus asistentes la posibilidad de proponer una curaduría con una parte o el total de obras que conformaban la exposición. Al final, una pareja de visitantes que participó en la actividad sugirió una curaduría sobre obras que representan personas sin hacer nada. La pareja encontró una considerable cantidad de trabajos para realizar una muestra que, a lo mejor, pueda plantear sugerentes lecturas sobre un tema de interés común a algunos artistas, y que podría proponer interesantes puntos de vista respecto a la tendencia al menor esfuerzo.