curaduría

(2015) Texto de la exposición Curaduría de Luis Fernando Ramírez en Odeón, Bogotá.

¡Aberrante! Todo parecía derrumbarse, todo el conocimiento, todas las certezas, todo el esfuerzo de la razón humana por consolidar un término y un sentido para cada cosa. El camino a la verdad se entorpecía con transfiguraciones, transdisciplinas y trasvestismos. ¡Un horror! Soñé esta aterradora pesadilla en la que un arquitecto hacía una exposición de arte. Para colmo de males, el arquitecto se ganaba la vida como curador de arte en una institución que era, no un museo, sino un banco. Y al arquitecto, que además de ser curador, se le ocurrió también ser artista. Tan terrible era todo, que su exposición artística ocurría en un teatro (ni siquiera una galería) y, si mal no recuerdo, su exposición artística se llamaba “Curaduría” – ¡Vaya cinismo!

He estado muy afectado por este sueño macabro. ¿Acaso mi espíritu ha sido asaltado por los demonios? Extraño el orden y las jerarquías, los conceptos estables, la especialidad disciplinaria que aprendí de los maestros. Esta insensata indefinición me conduce a la locura. En mi sueño, la exposición artística no era de sublimes obras de arte como las que conocíamos otrora, fruto de la hazaña heroica del artista que, con impulso político y sensible a la miseria humana nos conduciría a la redención. No, lo que vi en mis sueños era un recorrido a través de sofisticados montajes, inanes, sucumbidos al mero gusto, en medio de un espacio decadente. No había ningún compromiso social, tan solo un seguimiento por una historia del arte inventada, falsa y morbosa. Un embeleco soez que negaba la tradición, la disciplina y el rigor de la historia (¿cómo osa hacer historia sin doctorado?).

Luego de bajar unas bruscas escaleras me adentraba en un infierno, no se sabía si lo que se veía era pintura, o escultura o dibujo, porque –con humor malévolo– en sus partes había todo a la vez. Su exposición era una ordenación caprichosa de objetos encontrados e intervenidos con diseños geométricos y dibujos de los clásicos montajes expositivos. Era una pretensión híbrida y artificiosa; había allí pinturas abstractas, dibujos realistas, textos e imágenes, palabras y números, paisajes, estructuras, retratos, animales y colores. Y para rematar, elementos sin título, sin fecha y en técnica mixta. Incluso, a veces no se sabía si era una muestra individual o colectiva. Todo un caos.

¿Será acaso este el apocalíptico futuro? Auguro el fatal momento en que el arte terminará siendo hecho por curadores: la creación sensible caerá en manos de la retórica, del poder de la designación y la categorización. O peor aún, las curadurías serán hechas por artistas. Se aproxima el fatal momento de la desaparición de los términos estables. Cada cual tendrá la osadía de inventarse sus propias leyes, y la historia del arte se desplomará en nimios antojos subjetivos sin cabida, en jugarretas volubles, frívolas. ¡Pido misericordia!