saúl sánchez, uno después del otro

(2015) Texto de la exposición One after another in succession en Galería Nueveochenta, Bogotá.

1.

Un pintor francés realizó una exposición en la que colgó 11 pinturas de idéntico formato, todas pintadas uniformemente con azul ultramar aplicado con rodillo para anular el gesto manual, y separadas 20 cm de la pared. La muestra generó tal polémica, que convocó a un encuentro en el que, junto a un crítico cercano, pudieran resolver las dudas y perplejidades del público. El crítico invitaba a este evento “a todos aquellos intoxicados por la máquina y la vida de la ciudad, a quienes están frenéticos por sus ritmos y aquellos que se dejan llevar por el estímulo de la realidad”. Efectivamente, este artista creía, y con sus obras nos hace creer, que mediante el plano incontaminado de azul ultramar nos conducirá a una liberación espiritual, mediante un silencio que es ajeno a la brutal realidad, a través de la ausencia de referencias y horizontes. Ante estos planos de color nos hallaríamos en pleno vacío; frente al abismo que atraía a los románticos ingleses y alemanes en forma de neblina, luz y tormenta: la inevitabilidad de la muerte; y a los suprematistas rusos —en blanco o negro— les indicaba el potencial del infinito, el camino hacia el misterio de los dioses.

2.

La presencia ante la nada genera angustia, porque desaparece nuestro suelo y caeríamos. Desaparecerían aquellos y aquello que nos acompaña y estaríamos solos, y en nuestra soledad desaparecería la comunicación, las palabras, todo lo que hemos sabido nombrar y dominar. Desde hace diez años, el trabajo de Saúl Sánchez ha explorado esta eterno sino de la pintura: un medio al que el observador le exige proyectar el mundo que puede reconocer y nombrar y en el que se encuentra más seguro, le exige darle una ilusión. Aún cuando ha pintado retratos, animales, objetos y paisajes con apariencia realista y capaces de engañar al ojo, en trabajos recientes ha preferido ocultar este logro de ficción, para hacer ver elementos esenciales e instar al observador al entendimiento de eso que éste desprecia como nada: quizás el color puro, con su capacidad reflectiva, su densidad, su viscosidad, su flujo, o el esqueleto interno que soporta la conformación de una imagen, o la materialidad de su soporte, o sus canales de intercambio y mercado; en fin, todos elementos extraños a nuestra lógica aprendida.

3.

Cuadrados de azul ultramar aparecen en un despliegue obstinado, pintados con aerosol sobre telas crudas. Cada cuadrado azul está delimitado por cintas que enmarcan el área de color puro entre la cual podemos navegar y perdernos. El azul ostenta sus encantos, porque refiere a la grandeza celestial, a su reflejo en el océano, al sedoso pecho de un pavo real o al elegante uniforme de un oficial. Las telas sobre las cuales están pintados se revelan como testimonio del mundo de las cosas, como señal de que esas formas que están ahí son, en efecto, algo, y merecen atención.

Y con mayor atención, descubrimos su secreto; paradójicamente, oculto a través de lo más evidente: como un secreto mediado por un grito. Las cintas, como los sueños, son un simulacro.

4.

Uno de los usos originarios de la palabra simulacro refiere a un maniquí de paja dentro del cual se encerraba a hombres para quemarlos vivos en honor a los dioses. El simulacro, que aboga por la semejanza y la imitación de apariencias, busca la conformidad de lo esperado.