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(2008) Anotación sobre un proyecto de María Alejandra Estrada.

En algún lugar, parados o, en el mayor número de casos, sentados, decidimos esperar. Esperamos por capricho, porque le disponemos toda nuestra fe ciega a nuestros antojos (o a los que nos enseñaron que debíamos tener); nos imaginamos utópicos futuros de telenovela y fábula, que son los que ingenuamente legitiman nuestra incertidumbre. “Estamos estrechamente unidos en que todos sabemos que estamos a la espera pero no nos conocemos, ni siquiera hablamos”, escribió el escritor barranquillero Álvaro Cepeda Samudio en 1954. Todos, parados o sentados, y principalmente, individualizados, aguardamos por darle la bienvenida a la sonrisa que queremos recibir, la idea que queremos tener, la respuesta útil, el gesto que nos parezca lógico. Somos otros mismos entre la multitud de ansiosos expectantes (espectadores), suspendidos e inertes ante las cosas que pasan ante nosotros: el presente y el futuro, el día y la noche, el mar y el cielo, la compañía y la soledad, la imagen y la palabra, la celeridad de los autos y el parsimonioso correr de la luna en su propia órbita. Obedecemos a la impalpable pero rígida y maciza orden —interna o externa— que nos impone un lugar y una expectativa determinada en ese lugar: o eres de acá, o eres de allá. Pretendemos que las cosas que pasan ante nosotros nos den por fin lo que esperamos, para por fin lograr cumplir nuestro cometido en el lugar; no suele ocurrírsenos que las cosas que pasan ante nosotros puede ser todo lo que estamos esperando. Que quizás ni somos de acá, ni somos de allá. En sus apuntes, Nathaniel Hawthorne escribió en 1868: “Dos personas esperan en la calle un acontecimiento y la aparición de los principales actores. El acontecimiento ya está ocurriendo y ellos son los actores”.