Todos los elementos utilizados en el ensamblaje representan una particular forma de apropiación de la naturaleza por parte del hombre: el retablo de fondo y la repisa parten de madera de pino trabajada que es adaptada a usos constructivos o —como en este caso— artísticos, cumpliendo un papel de representación de la misma naturaleza de donde supuestamente provendría el material; los elementos plásticos también son representaciones a escala de árboles, usualmente utilizados para ambientar escenarios de juegos infantiles o pesebres; por último, la frase inscrita es un refrán popular que, acudiendo al referente del material en cuestión, es una forma de evidenciar la similitud entre un hijo y su padre. Conceptualmente, la frase apoya el juego dado por la integración de elementos, todos estos como representaciones de un mismo elemento, pero irónicamente muy diferentes entre sí. Además, el hecho de que sea un políptico, resalta estas diferencias, a pesar de que las cuatro piezas estén elaboradas siguiendo el mismo procedimiento.
Adolfo Bernal alguna vez expuso en vitrinas de museo —a manera de reliquias arqueológicas— tres piedras comunes encontradas en algún jardín. Las piedras no tenían ninguna particularidad que las hiciera llamativas, interesantes o de alguna manera diferentes a otras. Sin embargo, el peso de la obra recaía principalmente en el título: Piedras precolombinas I, II, y III; era concebida como un mecanismo de demostración, no de las piedras, aunque estas estuvieran exhibidas, sino de la incapacidad de la ciencia histórica para condensar la naturaleza de las cosas respecto a una única perspectiva.
Así como la pieza de Bernal llevaba el uso de una expresión a su límite para desacreditarla, la pieza de Nicolás toma un refrán popular en Latinoamérica, ‘De tal palo tal astilla’, y a través de ejercicios manuales simples utiliza dicha frase como punto de partida para la creación. ¿La frase indica que un fragmento puede generar una imagen nítida del todo del que fue parte? El artista lo desmiente, partiendo una tabla de madera en 5 partes distintas y colgándolas en la pared a manera de serie de retablos. Al colocar dos pequeños arbolitos de plástico en cada uno de los fragmentos, se logra evocar una sutil representación de un lugar, lo que antes eran únicamente rayas ondulantes ahora los vemos como bosquejos de horizontes, las manchas de la madera se vuelven un telón de fondo para una imagen que intuitivamente nuestro cerebro quiere creer que está allí.
Por simple que parezca la inclusión de los árboles, creo que es la clave para que podamos ver individualmente los patrones de líneas de cada madera, y de esta manera se hace visible cada fragmento convirtiéndose en un nuevo dibujo todos salidos del mismo pedazo de leña, pero todos completamente distintos entre sí. Este puede ser un hecho bobo, pero por sencillo no deja de ser encantador. Al contrario, redescubrir ingenuamente misterios ya comprendidos los hace vigentes y permite actualizarlos para salvarlos del olvido, el cual viene siempre acompañando a la ideación de algo como “evidente”: evidente como lo sería suponer que todo lo que fue parte de algo guarda similitud directa con ese algo. Si y no: algunas veces el trabajo del arte es volver a descubrir que el agua moja.
—William Contreras