Todas las obras concebidas para la exposición son blancas. Cuando las hago pienso en los formatos por iniciar, que al mismo tiempo son finalización. Pienso en el momento en el que algo es apenas potencia de ser, y ya ha sido, y dejará de ser para volver a ser. El impulso surgió de las neblinas sobre los cerros bogotanos, que veo todos los días desde un cubículo. Lo más etéreo y leve es capaz de hacer desaparecer las estructuras más inmensas que conocemos, que volverán a aperecer, porque siempre estarán. La niebla es tiniebla.
El arte romántico lleva el lenguaje pictórico a una situación límite. Su paisaje, que trata de desentrañar la voluntad mágica de la Naturaleza, destruyue el mundo de la apariencia, nítido y cristalino, para penetrar en un mundo interior cuyos ropajes son la niebla y la tiniebla. La relación entre sujeto y objeto, entre hombre y Naturaleza se desconcretiza, se hace ambivalente —audaz y temerosa el mismo tiempo— abstracta, dudosa: los rumbos de la pintura contemporánea nacen de esta nueva situación.
— Rafael Agullol. La atracción del abismo, 1983.
El paisaje se oculta tras la densidad del velo blanco que es la bruma. En mi obra he trabajado la manera como la pintura simula los efectos de la naturaleza: su horizonte, sus planos, sus elementos, sus códigos perceptivos. Históricamente, la pintura ha sido el medio —quizás único posible— para representar estas apariencias. A partir de la observación de las neblinas he querido hacer monocromos blancos, sobre láminas de drywall recortadas en formato cuadrado, en una serie que responde a la proporción áurea. Las pinturas tienen varias capas de color, que se cubren finalmente por una capa blanca. La primera capa son tonos rojos, pensando en el fuego, en materia fundida, infernal, luego terracotas, que son la materialización del mineral, la tierra, le siguen amarillos, que son luz, luego los verdes, que son la capa vegetal que se alimenta de tierra y luz, luego el azul del cielo que rodea todo y, encima de todo, una capa blanca que vuelve al inicio, al punto cero. Uso el drywall por su porosidad, porque suma aire a la superficie. También porque es blanco, y vuelve al blanco. También porque es un material usado para la construcción, y me permite sugerir la idea de re-hacer un espacio. La exposición incluirá un video realizado en El Tablazo, Cundinamarca, un páramo que queda sobre el filo de un precipicio, contra el cual las nubes chocan constantemente y se levantan hasta armar un muro totalmente blanco. Es un video contemplativo, en el que el paisaje de fondo se eclipsa por efecto de la formación de nubes. Desaparece la profundidad, es todo y nada ante la contemplación. Se anula el horizonte y los planos, tan solo es blancura.
La exposición está siguiendo impulsos procesuales en torno a materiales y solución de formal imágenes, que asocio en el espacio según sus posibles interacciones. Quiero que la exposición sea cálida, sea blanda y confortable, como si la pintura arropara. Quiero que la exposición sea misteriosa, que deje en plano de discusión las capas ocultas. Quiero que la exposición vuelva a la historia del arte, a los relatos del pasado que, a manera de mitología, han emprendido el imposible reto (o despropósito) de asir la condición humana.