Fotografía: Jairo Llano
Desde hace algunos años recojo pedazos de alambre dulce que están tirados en las calles de Bogotá. En su mayoría, los encuentro cerca o justo al lado de obras de construcción. Gran parte de esta colección la adquirí caminando por los barrios Chapinero, Galerías, Belalcazar, Teusaquillo, La Candelaria y algunas zonas del Norte de Bogotá donde es notable un acelerado ritmo de construcción de edificios que responde a la necesidad de densificación de la ciudad. Este alambre es utilizado por los obreros para amarrar formaletas que rellenan con cemento para erigir los cimientos; también lo usan para amarrar latones y maderas y levantar los cerramientos que rodean los proyectos en construcción. En tanto van adelantando la construcción, los trabajadores cortan el alambre y los pedazos quedan sueltos sobre los andenes. El alambre es versátil, les permite ajustar firmemente —pero temporalmente— diversos materiales. Para esto lo pueden extender, curvar, torcer, enroscar y apretar. Los fragmentos que encuentro son evidencia de un gesto físico sobre la materia; son el detrito del trabajo y las acciones de unas personas que logran levantar edificaciones donde otras personas vivirán o trabajarán.
Al entrar al Espacio de Odeón, Bogotá, noté que de sus paredes y techos roídos emergían estos fragmentos de alambres. Son la evidencia de la estructura que levanta el edificio, pero a su vez, dadas sus formas intrincadas y orgánicas, parecían brotes vegetales buscando salida. Quise apoyarme en este carácter alusivo, para instalar una parte de la colección de alambres sobre el suelo y algunas paredes de Odeón. Quise evidenciar su riqueza de formas, lograda mediante una manipulación aguerrida, pero ajena a una voluntad artística. La propuesta de instalación sugiere devolverle estos fragmentos al entorno arquitectónico, a la vez que lograr simular que éste lo expulsa y revela. Aun cuando estos nudos son hallados como escombro inservible, los concibo entre el dibujo y la escultura, dada la naturaleza gestual que los hace posibles. Su disposición en el espacio de exhibición crea un ambiente donde se reconoce una extraña naturaleza de formas retorcidas —casi mutante— creada por el mismo hombre en su propio entorno. Los alambres que emergían del edificio simulaban un cultivo o una falsa presencia vegetal, y refieren al efecto de desplazamiento de la naturaleza en la ciudad.