ana mercedes hoyos: el orden de las cosas
- nicolasg
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(2014) Homenaje a Ana Mercedes Hoyos publicado en la revista Arcadia #108.
Sorpresivamente, en cualquier momento, sin esperarlo, sonaba mi teléfono. Con voz cortante, Ana Mercedes Hoyos saludaba. Sabía que el tono ronco y seco de su voz no anulaba su cordialidad, y también sabía que la conversación se extendería, porque hablar por teléfono era uno de sus goces. Yo disfrutaba especialmente su entusiasmo y el ímpetu con el que me contaba sobre sus proyectos por venir: exposiciones dentro y fuera de Colombia, libros y catálogos en proceso y series de pinturas nuevas. Estas llamadas solían terminar con generosas invitaciones a tomar onces en su casa.
Ana Mercedes ofrecía galletas de chocolate, variedad de macarrones y café. Se sentaba pequeña y delgada, engañosamente frágil, porque proyectaba su energía vehemente, llena de todo el impulso activo que le permitió trabajar en su obra hasta sus últimos días. En estas visitas nos rodeaban obras de memorables pintores colombianos sobre quienes Ana Mercedes contaba anécdotas y explicaba por qué los creía fabulosos y cómo los entendía como referentes de su propia obra: Ignacio Gómez Jaramillo, Marco Ospina, Alejandro Obregón, Guillermo Wiedemann y Antonio Barrera. Y no solo nos acompañaban estos nombres, que iban y venían entre lecciones sobre el barroco e infidencias del medio local, siempre se sentaban con nosotros su esposo Jacques Mosseri y su hija Ana, cómplices cohesionados por el arte.
Nuestro corto vínculo empezó con ensoñaciones sobre exposiciones que rescataran obras de algunos grandes olvidados, exposiciones que Ana Mercedes hubiese querido ver: de Luciano Jaramillo o de Rafael Echeverry, Hernando del Villar y Manolo Vellojín, pintores escrupulosos. Si había algo que Ana Mercedes recalcaba de estos artistas era el rigor técnico, su dominio del oficio. Era, por supuesto, una virtud que ella también quiso y supo consolidar, notable en la seguridad de su línea, la pulcritud de sus colores, el cuidado de sus composiciones y la fuerza de sus esculturas.
El padre de Ana Mercedes era Manuel José Hoyos, ingeniero arquitecto partícipe de la concepción urbanística de los barrios Teusaquillo, La Soledad y Quinta Camacho en Bogotá. Acompañándolo a ver las obras en desarrollo, Ana Mercedes comenzaba a fascinarse por los procesos constructivos. Desde pequeña, sentía que su vocación era crear espacios y saber inscribir los preceptos de la geometría en su definición del mundo.
En 1961 se matriculó en la escuela de Bellas Artes de la Universidad de los Andes. Allí conoció a dos profesores influyentes, con quienes estableció una duradera amistad cimentada en la mutua admiración: Luciano Jaramillo y Marta Traba. Ana Mercedes aspiraba menos complacencia con la manera desparpajada de la enseñanza de la pintura en esta academia. Rebelde, prefirió desaprender lo aprendido y decidió asistir a algunos cursos en la Universidad Nacional, una aventura prohibida en su núcleo social. Le atraían la rigurosidad técnica y el temple político de maestros como Luis Ángel Rengifo y Carlos Granada, así como el espíritu curioso y arriesgado de Juan Manuel Lugo, Alfredo Guerrero, Sonia Gutiérrez y Augusto Rendón.
Ana Mercedes Hoyos abandonó la escuela y prefirió dedicarse de lleno al dominio de los oficios técnicos y, a través de éstos, reconocer su entorno. En 1968 trabajaba en la serie Puertas, a través de las cuales observaba escenas de la ciudad industrializada invadiendo los cerros, expeliendo humo hacia el cielo azul. Todo se ve muy bogotano: las vayas publicitarias, las puertas de los buses, el verde azulado de las montañas y el azul verdoso del cielo. En los primeros años de la década de 1970 comenzó la serie Ventanas, que le impuso el reto de definir lo liviano y lo pesado del paisaje. Mediante superposiciones de diferentes matices de grises, en estrecha relación con la obra de Joseph Albers, Ana Mercedes generaba el efecto de profundidad hacia un centro aparentemente lejano donde se reconocen cielos, cordilleras y edificios.
Con el tiempo fue eliminando detalles ornamentales, los soportes rígidos y los elementos pesados del fondo, porque quería quedarse exclusivamente con el entorno liviano. Buscaba la infinitud del cielo, su aire y su luz. El ejercicio consistió en depurar su pintura hasta llegar a las Atmósferas, amplias áreas de color cercanas al blanco, enmarcados por delgados recuadros a punto de desaparecer. Era, literalmente, un salto al vacío. Resultaba definitiva la influencia de los pintores Mark Rothko y Ad Reindhardt, de quienes conocía sus obras gracias a frecuentes viajes a Nueva York. Una de las Atmósferasobtuvo el premio del XXXVII Salón Nacional de Artistas en 1978, otorgándole a la artista visibilidad y prestigio en el medio artístico. Además, representó a Colombia en la décima edición de la Bienal de París de 1977, e hizo parte de la exposición de abstracción latinoamericana Geometría Sensible llevada a cabo en el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro en 1978.
A través del estudio del comportamiento físico de la luz y del efecto del arcoiris, Ana Mercedes llegó al círculo como forma estructural. Esta figura se convirtió en un nuevo reto de delimitación espacial. En 1981 realizó unas versiones de vistas aéreas de la Laguna de Guatavita, intentando acomodar el paisaje en este nuevo formato; pero con la muerte de Marta Traba, su maestra y amiga, transformó los círculos en su serie deGirasoles, como gesto de duelo.Desde ese momento, los pasos subsiguientes que tomó Ana Mercedes Hoyos en su obra son consecuentes con un proceso creativo fundado en el interés por la estructura, el espacio y la forma. De los girasoles pasó a estudiar el sentido constructivo en artistas europeos, a través de interpretaciones personales de bodegones de Van Gogh, Jawlenski, Zurbarán y Caravaggio. De este periodo es la serigrafía El primer bodegón en la historia del arte, una interpretación de Cesto con frutas (ca.1595) del pintor renacentista Caravaggio, cuya impresión se realizó en Nueva York por el artista Rupert Smith, quien en ese entonces también producía las gráficas de Andy Warhol.
Hace poco más de treinta años, Ana Mercedes Hoyos viajó con su familia a las playas turísticas de Cartagena. En los alrededores del mercado de Bazurto divisó un objeto que revelaba absoluta coherencia con las pinturas que estaba realizando en aquel entonces, pero que, además, se le presentó como umbral para adentrarse en el entorno de vida, las costumbres, saberes y rituales de las comunidades afrodescendientes que habitan el lugar. Aquel objeto era una palangana metálica circular, repleta de papayas, sandías y mangos, algunas cortadas, otras enteras, puestas cuidadosamente en equilibrio para no derribarse. El contenedor redondo le era atractivo, pues evidenciaba una composición circular, una forma de distribuir objetos y colores entre una circunferencia. Esta palangana de frutas fue el motivo para comenzar una estrecha amistad con Zenaida y otras mujeres nacidas y criadas en Palenque de San Basilio.
En sus últimos años, Ana Mercedes Hoyos vivió y trabajó en Bogotá, viajando constantemente a México y a Nueva York a coordinar sus proyectos. Pero también San Basilio se le convirtió en un destino regular. Hoyos inició su acercamiento artístico a la región mediante la representación de los bodegones de frutas tropicales, saturados en color. En algunos aparecen rostros y brazos de pieles morenas, adornados con joyas y encajes, y en otros hay manos sosteniendo afilados cuchillos, que son la herramienta fundamental de su trabajo. Entonces, a través de estos objetos que irrumpen el orden de las frutas, Ana Mercedes descubrió un mundo de formas que determinan los imaginarios cotidianos y rituales de las poblaciones afrocaribeñas.
La historia de San Basilio de Palenque y de sus habitantes le motivaron emprender una vasta investigación sobre la esclavitud en tiempos de la colonia. Descubrió que, mediante la forma, los hombres han sometido los cuerpos de otros hombres. Observando cada detalle en el entorno, Ana Mercedes fijó su atención sobre los atuendos que niñas y adolescentes usan en las procesiones de las fiestas de culto a San Basilio. Durante estos tres días de fiesta y solemnidad también se celebran uniones de parejas y matrimonios, por lo cual los hombres demuestran su valentía, talento y vigor en danzas y juegos, así como las mujeres lucen indumentarias de satín especiales para la ocasión. Algunas de sus imágenes describen el ordenamiento de las procesiones, o enfatizan en los pliegues de las telas y la manera como los lazos anudados alrededor de la cintura de las mujeres se presentan como signos de galantería y vanidad, acoplándose y resaltando los cuerpos. Remiten metafóricamente a los mecanismos sociales de dominio sobre el cuerpo. El nudo, como un gesto impuesto sobre el cuerpo, guarda la memoria de esta comunidad que, por más de ciento cincuenta años, afrontó el abuso de la esclavitud. En este itinerario creativo, la secuencia lógica fue, por supuesto, acudir a la imagen de las cadenas y de los sistemas de organización de los cuerpos en los buques de tráfico esclavista del siglo XVII.
Recientemente, Ana Mercedes había vuelto atrás, a la síntesis de la imagen, a los planos abstractos de color que describen la caída violenta del Salto del Tequendama. Quiso volver atrás, a las imágenes escuetas, espaciales. Volver a recordarnos que su lección trataba sobre la estructura del mundo y de los órdenes del hombre para construir su entorno de vida y sus relaciones utilitarias y afectivas con los espacios y las cosas. A lo largo de su trayectoria la tildaron de folklórica, no le importaba en lo absoluto, porque superó las rencillas locales y apuntó a otras dimensiones, siendo siempre coherente con sus intereses intelectuales y sensibles. Ojalá la comprensión de su legado artístico nos haga más complejo y sugestivo todo aquello que nos rodea, así sean las papayas.